martes, 3 de noviembre de 2015

La bolivianita y el misterio de la gema



La ciencia no logra explicarse cómo pudo haberse formado la fusión perfecta y misteriosa entre el citrino (color ámbar) y la amatista (color lila) en La bolivianita o ametrino. En esta roca en bruto puesta a contraluz se puede apreciar esta rara combinación de cuarzo que sólo se da en una cueva subterránea de Bolivia.

La bolivianita, la gema nacional cada vez más preciada en el contexto internacional, encierra hasta hoy un gran misterio por las condiciones que permitieron que se formase en un solo cristal, una inusual “fusión natural” del citrino y la amatista que le confieren dos tonalidades distintas. Considerada una piedra semipreciosa, es rarísima y solo se encuentra en Bolivia, siendo explotada en la mina Anahí.

Mientras más nos adentramos en su historia, en su singular belleza, más nos convencemos de que La bolivianita podría ser perfectamente reconocida como “Piedra Nacional” y aspirar al título de “Piedra Preciosa”, pues su grado de dureza —7 en la escala de Mohs— es similar al de la esmeralda —que ostenta apenas medio grado más: 7,5.

Gabriela Torricos, experimentada joyera y propietaria del Museo del Tesoro de Sucre, nos guía en este intento de descubrir el misterio de una de las piedras más bellas del mundo, proveniente de la mina Anahí, que está ubicada en el este de Bolivia, dentro del municipio Puerto Quijarro, provincia Germán Busch del departamento de Santa Cruz, muy cerca de las lagunas La Gaiba y Mandioré.

Su rareza
El singular cristal traslúcido de cuarzo en La bolivianita: muy duro y bicolor, pudo haberse formado hace 900 millones de años. Al ser su origen hidrotérmico y no volcánico, se piensa que el cruce de dos corrientes probablemente hizo posible la fusión de las dos tonalidades.

El fenómeno ocurrió en una cueva subterránea gigantesca en el Pantanal boliviano, justo en la frontera con Brasil. En su interior se acumularon gases que no lograron salir, llegando a cristalizarse por su exposición a cambios de temperatura en grados y tiempo desconocidos. “No puedo entender, no me puedo imaginar cómo estos gases se volvieron cristales con dos tonalidades fusionadas”, dice la joyera Torricos a ECOS.

Nada es casual
Cuando en 1987 Gabriela trabajaba con Roberto Landívar, quien tenía la Joyería París en Santa Cruz, él había dado en alquiler un galpón donde antes tenía una maquila de cadenas de oro que no funcionó. El inquilino era la empresa “Metales y Minerales del Oriente SRL”, que entonces comenzaba con la explotación de La bolivianita. Ellos pagaban el alquiler del lugar con ametrino (La bolivianita) o amatista (parte lila de la piedra).

Cuando ella conoció la piedra bicolor que Roberto le mostró, le dijo: “Tenemos que darla a conocer”, pero cuando tuvo en sus manos el primer lote de piedras algo inexplicable sucedió, “sentí una energía que me llenaba el alma y tuve el deseo de conocer el lugar de donde venían”.

Sin dudarlo, llamó a los propietarios de la mina Anahí para que le autorizaran a hacer una visita. A la postre, ese recorrido le serviría de inspiración para la parte del Museo del Tesoro que está dedicada a La bolivianita.

La joyera cree que los propietarios de la mina, en el fondo, no esperaban que llegase al Pantanal boliviano; más bien, pensaban que se iba a desanimar.

“No vas a poder, eres mujer”
Ciertamente no solo era arriesgado sobrevolar el lugar en una avioneta, sino que tenía que convencer a su esposo, Miguel Morales, de que la acompañara; él, solamente le hacía llamados a la cordura. Pero, dice ella, “nada me iba a detener, estaba decidida”.

El viaje fue toda una peripecia, en una nave que ni siquiera tenía cinturones de seguridad. Luego de una hora de nerviosismo, con turbulencias sobre el Pantanal, llegaron a la pista de la mina donde aterrizaron de lado porque el viento empujaba la avioneta… A pesar de los sobresaltos, habían llegado a destino sanos y salvos. Dos hombres fuertemente armados les esperaban para conducirlos en camioneta hasta el campamento, que les→ →pareció a la aldea de “El Libro de la Selva”.

Ya en el lugar, quisieron llevarlos a una gruta que denominan “museo”. Pero, Gabriela no se contentó con eso y pidió que la condujeran a la mina en producción. Fue en ese momento que el capataz le dijo, riendo: “No vas a poder, eres mujer”.

Al interior de la mina
Fue escoltada hasta el ingreso de la mina —que está reproducida con gran detalle en una maqueta del Museo del Tesoro. El desafío era descender los cientos de peldaños de una escalera hecha de troncos de palmera que no se pudren con la humedad de subsuelo por tener un aceite natural.
“Era interminable y el calor, insoportable”, pormenoriza Gabriela quien solo llevaba consigo un casco y una bolsa de coca para regalar a los mineros.
Luego de descender unos 50 metros bajo tierra, se olvidó de sí misma y se dejó llevar por una especie de ensoñación. Allí dentro, tras llegar a “la cancha” —un espacio de distribución y descanso de los mineros—, tomaron el socavón de la derecha hasta llegar a la gruta donde vio las “drusas”, o conjunto de picos de las piedras semipreciosas cubiertas de barro; en ese momento no sabía cuál tocar, pero necesitaba hacer contacto con ellas.
Ahora piensa que la cueva era gigante y que seguramente colapsó. Dentro entendió lo que su guía le había advertido: “Allá, las rocas se recogen (del suelo) como papas”.

Pidió permiso para llevarse una. Desde luego estaba prohibido, pero los mineros, agradecidos por la coca, dejaron una por ahí como para que ella se la recoja.

“No sabía cómo subir la piedra, necesitaba mis dos manos para ascender por la escalera”, recuerda mientras explica cómo ató la piedra con su polera y comenzó el largo y difícil camino de vuelta. La roca, traslúcida, está ahora en el Museo.

Mucho por hacer…

Mientras Gabriela Torricos nos muestra una joya de cuarzo blanco con una pincelada lila, dice que todavía hay mucho por investigar y por descubrir de la gama de piedras semipreciosas que ofrece el oriente boliviano.

Ella se muestra admirada por las estrategias de mercadotecnia de Chile y Colombia, donde incitan a los turistas a tomar un city tour para que compren sus “piedras nacionales”: el lapislázuli en el primer caso y la esmeralda en el de la tierra del café.

Nuestro país, a partir de una política de Estado, podría diseñar estrategias para cautivar a los turistas extranjeros con la belleza, el atractivo y el misterio de La bolivianita.

Mientras más nos adentramos en su historia, en su singular belleza, más nos convencemos de que La Bolivianita podría ser perfectamente reconocida como Piedra Nacional y aspirar al título de Piedra Preciosa, pues su grado de dureza —7 en la escala de Mohs— es similar al de la esmeralda —que ostenta apenas medio grado más: 7,5.

De piedra a joya: El proceso
Una vez que los picos de la roca de La Bolivianita han sido extraídos de la mina se los entrega a expertos “lapidadores”, sobre todo, de Santa Cruz y La Paz. Ellos trabajan de forma independiente y se encargan de cortar y facetar (tallar), tratando siempre de no desaprovechar nada.

Luego de cortar el cristal, en rodajas, como si de una piña se tratara, el especialista analiza cada centímetro cuadrado y traza con un marcador el corte perfecto, cuidando que no aparezcan burbujitas, ni rajaduras, ni ninguna imperfección. Una sierra diamantada con agua hace el trabajo. Estos expertos le dan a la piedra la forma deseada, con varias caras para amplificar su brillo.

Finalmente, venden las piedras acabadas a joyeros bolivianos y de otros países, por ejemplo de Japón, para que hagan su trabajo y conviertan cada cristal en una joya.

Los lapidadores —que en una época llegaron a ser 200, fueron capacitados gracias a Ramiro Rivero, copropietario de la mina Anahí— siempre están innovando con sus cortes, lo mismo que los joyeros.

Anahí, un visionario potosino y una historia de amor
La mina Anahí en Bolivia, perteneciente a la empresa cruceña Minerales y Metales del Oriente SRL, es la más grande productora de ametrino, la gema conocida como La bolivianita y que tiene una inusual combinación de dos tonalidades de cristales de cuarzo: naranja o ámabar por el citrino y lila por la amatista.

Comenzó a ser explotada hace 25 años por un minero que no dudó en seguir su instinto. Se trata del visionario minero potosino Ramiro Rivero, quien por más de una década no desistió hasta conseguir la concesión, en 1989, de la que ahora es la mina Anahí. Por ese sueño hecho realidad se arriesgó tanto que su avioneta cayó una vez en el Pantanal, salvando milagrosamente la vida.

En 1996 Rivero bautiza la mina con el nombre de “Anahí”, en honor a la historia de amor de la princesa Ayorea y del conquistador español Don Felipe.

Minerales y Metales SRL, la empresa de Ramiro Rivero y sus hijos, no solo se ocupa de la explotación, la limpieza del material bruto y la lapidación de las gemas, sino también del diseño y la fabricación de joyas.

Esta última parte del proceso, dedicada a la estética y la comercialización, se encuentra a cargo de una empresa subyacente de Anahí, de nombre AJM (Anahí Jewerly Manufacturing SRL), que dirige Ramiro Rivero Mendoza.

La leyenda de Anahí
Anahí fue el nombre de la princesa de una tribu ayorea que se enamoró de Don Felipe, un conquistador español que la tomó por esposa recibiendo él como dote una gruta de gemas semipreciosas.

Cuando Don Felipe se dispuso a retornar a su natal España acompañado de su esposa, el padre de la joven negó la posibilidad de separarse de su hija y se dispuso a matarlo. La muchacha ayudó a escapar a su esposo, pero antes le entregó una gema bicolor como símbolo de su unión y amor eternos. Ella luego desapareció en las profundidades de la gruta… para siempre.

Las piedras de La Gaiba
El tráfico ilícito de piedras semipreciosas de La Gaiba —que no son otra cosa que La bolivianita— se constituye en uno de los delitos por los que Luis García Meza Tejada está preso.

El ex presidente de facto entre 1980 y 1981 ordenaba a los soldados recoger la roca que aparecía seguramente en “afloraciones” sobre la superficie de las lomas del Pantanal boliviano. Luego, eran vendidas en bruto al extranjero. Algunas de las rocas le fueron decomisadas y estarían resguardadas en las bóvedas del Banco Central de Bolivia.

Se les llamaban “las piedras de La Gaiba” por el nombre de la laguna que forma una frontera lacustre de más de 10 kilómetros con Brasil, cerca de la mina Anahí que explota legalmente esta maravilla única en el mundo.
Sin embargo, la existencia de la veta de ametrino data del siglo XVII, de cuando esa mina fue regalada al conquistador español Don Felipe por la tribu ayorea tras casarse con la princesa Anahí. Traficantes uruguayos, paraguayos, brasileños y bolivianos habrían comenzado a saquear la zona en el siglo XIX.

Como el depósito estaba en Bolivia y en tierras fiscales, una estación militar fue colocada en la zona para proteger las piedras. Sin embargo, se dice que los mineros ilegales negociaban con los soldados a cargo para tener ciertas concesiones y explotar las piedras, según la revista “Gems and Gemology” publicada en 1994.

Se sabe que muchas rocas fueron registradas como brasileñas por autoridades de Corumbá. Actualmente, de forma legal, Brasil —entre otros países como el lejano Japón— son importadores de gemas terminadas de La bolivianita.

¿Producida en laboratorio?: Estudios científicos
Gabriela Torricos recibió un día, en la que fuera la Joyería París, la singular visita de una mujer suiza que trabajaba en un laboratorio de diamantes industriales. Ella vio la gema de La bolivianita y afirmó que esa piedra había sido producida en un laboratorio, que era imposible que sea natural.
Esa apreciación al parecer no era aislada, sino lo que el mundo pensaba hasta la década de los 90. Varios expertos fueron sorprendidos con la existencia de esta piedra bicolor.

Un equipo de geólogos internacionales llegó a la mina Anahí para verificar con sus propios ojos que esta piedra no era producto del hombre sino de la Creación. Se conoce de viajes de estudio realizados en octubre de 1992 y agosto de 1993.

Los resultados de esa investigación fueron publicados en el artículo “The Anahí, Ametrine Mine Bolivia”, en la revista norteamericana especializada “Gems & Gemology” (editada en la primavera de 1994), donde enfáticamente los autores corroboran que La bolivianita “es natural y no resulta de un tratamiento de laboratorio”.

Entre los científicos estaban el Dr. Paulo Vasconcelos, del Departamento de Ciencias de la Tierra de la Universidad de Queensland, Australia; el Dr. Hans-Rudolf Wenk, profesor del Departamento de Geología y Geofísica de la Universidad de California, y el Dr. George R. Rossman, profesor de Mineralogía de la División de Ciencias Geológicas y Planetarias del Instituto de Tecnología de Pasadena, California.

Ellos coinciden en afirmar que se trata de una de las gemas más interesantes que apareció en el mercado y que resulta ser una variedad de cuarzo con dos colores conocida como “ametrino o bolivianita” = amatista y citrino.

También revelan que se conoció en el mercado desde la década de los 70 y que su origen natural o artificial fue, desde entonces, motivo de controversia.

Ni con todas las investigaciones realizadas hasta ahora se sospecha siquiera cómo se formó esta piedra de dos colores, lo que le añade suspenso y misterio a la gema boliviana.

Diferencias: El diamante, la esmeralda y la bolivianita
EL DIAMANTE tiene 10 grados de dureza en la escala de Mohs: es el puntaje máximo en la graduación. También se produce industrialmente en laboratorios europeos.

LA ESMERALDA, con 7,5 de dureza, se encuentra en cuatro distritos de Colombia, en Brasil y en Zambia. En el antiguo Egipto se cree que Cleopatra poseyó minas de esmeralda, pues se sentía fascinada por esta piedra verde y traslúcida.

LA BOLIVIANITA, 7 de dureza. Se le llama “ametrino”, es una variedad del cuarzo y presenta una fusión única de amatista y citrino que le dan tonalidades diversas de amarillos y lilas. Sus características la hacen única en el mundo.


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